Por Oscar Juárez, politólogo.

El PRI de Arturo Montiel Rojas lleva el adn presidencial mexiquense a una sofisticada profesionalización de las estructuras territoriales priistas, organizadas por regiones electorales, con penetración comunitaria efectiva, apoyadas en dinero, tecnologías, política social, marketing, programas de capacitación, activismo y movilización permanente que permitieron la emergencia, movilidad y entreveramiento generacional de cuadros políticos del priato corporativo con los priismos de la transición democrática para ser contundente a la hora de la movilización territorial.

La fuerza mexiquense con Montiel Rojas y Peña Nieto, fue una maquinaria partidista que incluso exportó cuadros a todos los estados para crear acuerdos, pactar espacios, ganar gubernaturas e implantar estructuras territoriales edomexistas en las 200 ciudades estratégicas del país para tomar Los Pinos. Ser priista es atinado e Ixtapan de la Sal se convierte en el epicentro político nacional de cara al año 2012.

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Ganar el poder perdiendo el partido. El inicio del fin.

Con Enrique Peña Nieto, la fuerza mexiquense gana la presidencia de la República, pero pierde el partido con el Pacto por México. Esa es la primera derrota, pues los nietos culturales del fabelismo ponen los votos, pero no hacen gobierno nacional.

El mandato electoral de la fuerza mexiquense es utilizado para apuntalar una agenda de cambios constitucionales pendientes desde el salinato. El propio Salinas advierte desde Acapulco en una conferencia sobre Maquiavelo, que el peñismo presidencial está arrojando demasiados fierros al fuego y los costos políticos de las reformas son más grandes que los beneficios electorales de corto plazo. El hijo prodigo de Harvard, sugiere prudencia; pero el Pacto por México tenía mucha prisa. Resultado: la base social priista empieza a encogerse. Los anhelos presidenciales en la Secretaría de Hacienda rompen el entramado regional de equilibrios y alianzas que permitió el ascenso nacional de Peña. Un puñado de gobernadores cae en prisión mientras el peñismo entra en el tobogán del despeñadero popular con la visita del candidato Trump a Los Pinos y los priismos nacionalistas, populares y regionales agraviados buscan asilo político en Morena.

Así llegamos a la elección de gobernador de 2017. El ala local del priismo montielista impulsa a la senadora Ana Lilia Herrera, mientras que el ala federal peñista hace valer el peso de la investidura presidencial y coloca a Alfredo del Mazo en la candidatura priista de la fuerza mexiquense. La operación política de Peña Nieto desde Ixtapan de la Sal evita una fractura, pero la base social electoral se sigue encogiendo. Del Mazo gana la elección con un margen de 2.8% a Delfina Gómez y poco más de un millón de votos priistas y panistas blandos se re-alinean con Morena en el Valle de México. Es el punto del no retorno electoral.

El PRI mexiquense de 2018 ya tiene el tamaño electoral de 1997. El gobernador Del Mazo queda con un gobierno dividido en la Legislatura y yuxtapuesto en los municipios clave del estado. El Grupo Parlamentario de Morena empieza a desmantelar con calibrador y desarmador, pieza por pieza, a la fuerza mexiquense: son cerrados fideicomisos, canceladas partidas programáticas presupuestales, compartidas o traspasadas funciones regulatorias del gobierno estatal a los gobiernos municipales morenistas. La pandemia del Covid descoloca las agendas y las prioridades políticas del régimen guinda; coyuntura que aprovechan los partidos del Pacto por México para formar una coalición, contener a Morena y darle un margen de gobernabilidad al PRI mexiquense movilizando el voto de castigo de los electorados más afectados por el confinamiento: las clases medias ancladas a la economía de servicios en el Valle de México.

Todo está puesto para una elección inédita en tierras mexiquenses.

En la elección estatal de 2023; de nuevo; el bloque montielista disputa la candidatura con la ahora diputada Ana Lilia Herrera; otra vez, es desplazado por el ala peñista enclavada en Huixquilucan y en un golpe de timón con el Pan, logran hacerse en el otoño pasado de la candidatura aliancista con Alejandra del Moral.

Imagen: Cuartoscuro

Crónica de una alternancia impensada.

Uno. Así en el amor y en el futbol; el rival cuenta.

Delfina Gómez y Alejandra del Moral fueron buenas candidatas. Alejandra con un buen marketing, pero sin mensaje político. Delfina con un mal marketing y un mensaje político potente; su principal atributo político es la sencillez, ella elabora una narrativa comprensible para el votante mediano: es empática, compasiva y con un discurso simple anclado a la idea del cambio, idea que comparte más del 65 por ciento del electorado mexiquense.

Dos. El Cuarto de Guerra, la organización y la narrativa también cuentan.

Los embates de comunicación política diseñados por el Cuarto de Guerra de Alejandra intentan dinamitar atributos que Delfina ya había perdido en la contienda estatal del año 2017: honestidad, preparación y capacidad no estaban dentro de la ecuación electoral del 2023. Los golpes no funcionaron en los dos debates. Delfina gana en confianza. Alejandra empieza a mostrar signos de desesperación como esa lamentable frase de “Queremos una carta de mayoría y no una de buena conducta”, frase que enciende el antipriismo de los electorados indecisos y quiebra su imagen de priista renovada.

La falta de organización entre los diversos equipos de campaña es más evidente con Delfina pero más tóxica con Alejandra, al grado que el operador de la marca Valiente renuncia para sumarse a la campaña del PRI de Coahuila. A los mercadólogos vueltos jefes de campaña electoral no les gusta cargar con la derrota, pues no es bueno para el negocio de vender aire.

Tres. Toda elección trata de algo.

La elección del Estado de México trató de la idea de privilegio contra la idea de justicia social y la candidatura de Delfina logra condesar este principio priista de movilidad meritocrática que el PRI mexiquense perdió durante el ascenso nacional del peñismo para quedar después reducido a una botarga de mirreyes porriles con Alito.

La imagen de maestra normalista de Delfina contrasta con la imagen de yuppie glamorosa de Alejandra.  

La candidata de Morena comunica que es producto de la cultura del esfuerzo, resalta su pasado texcocano de pobreza y la cercanía con su gente, que son los pobres mexiquenses. Todos los sound bits del discurso de Delfina están cuidadosamente colocados para recordarle a los votantes del oriente, sur y nororiente del Estado de México, que fueron olvidados del desarrollo, un mensaje que cala duro en una sociedad con 12 millones de mexiquenses que viven con al menos una carencia social sometidos todos los días a violencias sistémicas, desorden urbano y precariedad estructural.

El dilema electoral es entonces colocado en la boleta por Delfina: continuidad de la injusticia o cambio con esperanza.

Cuatro. Ganar la agenda y las emociones.

Toda campaña busca disputar el marco conceptual del adversario. Alejandra perdió los conceptos clave de su narrativa: reconciliación, cambio con continuidad, cambio que construye, para terminar empantanada en la agenda del Cuarto de Guerra de Morena: las encuestas como propaganda de Delfina.

Gran parte de los esfuerzos de comunicación de Vamos X el Estado de México fue debatir las encuestas. Error letal. Si bien es cierto, las mediciones en vivienda de Parámetro Consultores daban un margen de victoria entre 6 a 8 puntos para Delfina, el Cuarto de Guerra panista coloca a Alejandra en el centro de una discusión que refuerza la posición de puntera de Delfina y facilita permear su mensaje de alternancia entre votantes de estratos socioeconómicos B y C+. No fue una buena idea acusar de parcialidad a las encuestadoras en la Cámara de Diputados: quitó votos, restó emoción y discurso a la alianza.

Cinco. Ganar el territorio con estructuras.

Ya con la agenda de la campaña perdida, el PRI se enfoca en consolidar su despliegue territorial, lo cual logra hacer bien pero no es suficiente. El día de la jornada electoral la encuesta de salida de Parámetro muestra que la movilización de estructuras priistas y panistas organizados colocan a Alejandra arriba durante toda la mañana para luego empezar a perder empuje y ser cruzada por Delfina cerca del mediodía.

Hay aún una segunda oleada de votantes aliancistas en secciones urbanas de clases medias pasado el mediodía, cerrando nuevamente la elección a tres puntos porcentuales, pero la afluencia no es constante, Alejandra pierde fuerza antes de la hora de la comida y Delfina vuelve a separarse y sostener su tendencia ganadora con un flujo volátil de votos vespertinos.

Son los votos del bienestar.

El hallazgo más importante de los comicios estatales para la elección presidencial es el siguiente: el votante mexiquense no partidista es obradorista y respaldó la alternancia en más del 65%. Y ese dato es demoledor para el axioma político del Frente Amplio Opositor por México: a una mayor participación ciudadana no corresponde necesariamente un mayor respaldo opositor.

De ahí la cobarde huida de la cúpula nacional hacia Satillo, el vacío político entorno a Alejandra y el derroche de selfie de Alito culpando al Gobierno del Estado de México de la derrota aliancista por no hacer fraude electoral y coaccionar los votos que el CEN del PRI prometió y que nunca llegaron a la urna.

El resto, ya es historia.

Oscar Juárez, politólogo.

Nota: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.